En la década del ´70
investigadores del departamento de Neurociencias del Massachussets Institute of
Technology (MIT) constataron que algunas mujeres que sufrían trastornos
premenstruales comían compulsivamente, en esa etapa del ciclo, chocolates y
otros productos con azúcares refinados. Los autores afirmaron que
¨aparentemente estas mujeres usaban alimentos ricos en hidratos de carbono como
si fuera una droga¨.
Con el correr de los años se
descubrió que lo mismo les ocurre a quienes padecen de estrés prolongado, de depresión,
de malhumor, de intranquilidad y también a quienes intentan dejar de fumar. La
propensión a comer dulces afecta a mujeres y varones, pero la mujer, por
cambios hormonales de diversa naturaleza (embarazo, menopausia, uso de
anticonceptivos, hipotiroidismo), es más propensa a sufrir este problema.
Investigaciones posteriores
del MIT demostraron que esto se debe a que al liberar insulina por medio del
páncreas, los dulces aumentan el nivel en sangre de triptofano, un aminoácido
que es la materia prima con la que el cerebro fabrica la serotonina.
A medida que transcurre el
día, la serotonina cerebral va disminuyendo y al atardecer se registra su valor
más bajo.
En personas con problemas
anímicos, esta disminución es todavía mucho más pronunciada, lo que conduce a
sensaciones de tensión, irritabilidad, desgano o cansancio.
En la actualidad se puede
medir –con un análisis de sangre– el nivel de serotonina de quien padece la
tendencia a consumir dulces en exceso, y en caso de ser necesario, existen
medicamentos para su normalización.
Dr. Alberto Cormillot.